Discurso en las Conversaciones de Salamanca

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Informe sobre la situación actual de nuestra cinematografía

En estos momentos todo el mundo se prepara para celebrar el 60 aniversario del cinema. En estos momentos también un grupo de españoles se reúne en la más entrañable universidad europea, para hablar de cine. El título de esta reunión es bien significativo: Conversaciones Cinematográficas Nacionales. Es decir, nosotros, los españoles, vamos a dialogar sobre el cine. Sobre este diálogo libre, sobre este intercambio de ideas y concepciones, vamos a ejercitar del modo más honesto y sincero la crítica y la autocrítica de nuestra posición ante el cine español. Hace unos días, en Cannes, festejando este 60 aniversario del cine, he visto las primeras imágenes cinematográficas. He pensado en Salamanca. He pensado que lo que realmente nos importa a nosotros, españoles, es pensar en nuestro cine, en el cine español. Y no por una especie de chauvinismo cinematográfico, sino, bien al contrario, por creer firmemente que lo universal sólo podemos alcanzarlo a través de lo estricta, rotunda y verdaderamente nacional.

Hablemos, pues, del cine nacional. Todo el mundo nos escucha. Hablemos, desde aquí, desde la Salamanca de Fray Luis y de Unamuno, sobre el cine español.

Después de sesenta años de cine, el cinema español es:

Políticamente ineficaz Socialmente falso Intelectualmente ínfimo Estéticamente nulo Industrialmente raquítico.

1.  Políticamente ineficaz

El cine español cuenta, para nosotros, desde 1939. Desde entonces no ha habido una sola película auténticamente política. Las que han pretendido este título eran sólo un “Viva Cartagena”, con una bandera española al final para provocar el aplauso. A primera vista puede ser Raza esa película política. Pero esto no es así. Raza destaca tan sólo porque representa la primera película formalmente madura. Esta carencia de un cine sinceramente político es un síntoma grave en un cinema que pretende estar dirigido por el Estado. Resulta así que nuestro cine se escapa de la vigilancia del Estado y hace algo aséptico, intemporal, extraño. El cineasta no puede creer, no cree de hecho, en la línea del cine dirigido y escapa. Todo el cine español, desde este punto de vista, tiene un nombre: cine escapista. Y esto se da en todas nuestras películas. Surcos escapa al darnos una explicación virgiliana del éxodo campesino a la ciudad. Si hay un éxodo habrá una razón. Surcos no la busca. Escapa. ¡Bienvenido Mr. Marshall! escapa, en otra medida, a la fantasía. Allí los americanos pasan de largo, pero en la realidad no han pasado. Existe, de hecho, un cine “oficial”. Es un cine conformista, de espaldas a la realidad. Ese cine oficial no ha conseguido aún una obra meritoria.

2.  Socialmente falso

Así, nuestro cine, viviendo de espaldas a la realidad española, no ha sido aún capaz de mostrarnos el verdadero rostro de los problemas, las tierras y los hombres de España. Esta creación atemporal, hermética y falsa de una supuesta realidad española, tal como aparece en nuestro cine, se aleja absolutamente de la estupenda tradición realista de nuestra pintura y de nuestra novela. Hoy por hoy, el espectador de una película española no puede saber, a través de ella, cuál es el modo español de vivir, cómo goza o sufre nuestro pueblo, cuáles son sus problemas o los conflictos del hombre o de la sociedad española. El espectador español no está informado, a través del cine nacional, de la realidad de su entorno. La visión del mundo, de este mundo español, por las películas españolas, es falso. Nada es verdad.

3.  Intelectualmente ínfimo

Estamos solos. Los que amamos al cine hemos tenido que reinventar todas las teorías que ya estaban inventadas, construir todos los estilos ya desechados. Nuestros intelectuales han despreciado el cinema y han adoptado ante él una postura periclitada y decimonónica. Ellos nos han dejado solos. De vez en cuando, una de esas sabias voces displicentes se digna hablar del cine. Si su autoridad está reconocida en otros campos, nosotros aquí, en el cine, con indignación y con razones, no la escuchamos. Esta deserción de los intelectuales de nuestro cine ha deshuesado, durante mucho tiempo, nuestra posición teórica, ha debilitado nuestra información cultural. Nosotros hemos tenido que ser audaces para construir, con todo orgullo, nuestro frágil “objetivo”. Nosotros vemos copias terribles de esos films que ya todo el mundo olvida, en nuestros inhóspitos cineclubs. Hoy en día desconocemos el 90 por 100 de la literatura cinematográfica que circula por el mundo y el 95 por 100 de los films que necesitamos ver. Para construir nuestro cine ésta es una lamentable desventaja. Los intelectuales españoles han desconocido nuestro cine. Yo me regocijo de que sea Salamanca la que preste sus paredes y su rigor para que hablemos del cine español.

4.  Estéticamente nulo

Nuestro cine carece de forma porque carece de contenido. Ni siquiera nuestra caligrafía es buena, acaso –a veces– simplemente correcta. Por otra parte, no creo en la caligrafía. La falta de un contenido riguroso y verdadero produce un esteticismo absurdo. Nuestro cine carece de belleza, porque esta belleza no la hemos sabido crear al no poder darle una estructura real y sólida sobre la que apoyarse. Nuestro cine carece de belleza, porque esta belleza no la hemos sabido ver. Y así, por esta insinceridad que nos ciega, no hemos sido capaces de aprehenderla.

5.  Industrialmente raquítico

Nuestro cine es un cine sin mercado, asfixiado por una protección que parece dadivosa y que, en realidad, se nutre de la propia sangre del cine español. El utillaje de nuestros estudios es viejo y escaso. El talento puede reemplazar las mejores cámaras. Pero el nivel medio del cinema de un país se alcanza gracias a un grado determinado de medios materiales de profesionalidad, del que nosotros estamos aún muy lejos. Desconfiemos de esos americanos que llenan nuestros estudios. Ellos también pasarán y no dejarán nada. Necesitamos nuevas leyes para nuestro cine. Necesitamos nuevas formas de protección que no aíslen al cine de su base, que es el público. Necesitamos una posición distinta del Estado frente al cine. Que el Estado no vea en él un enemigo, que no lo coarte, que no lo asfixie. Necesitamos que la censura nos muestre su rostro, nos enseñe la salida de su laberinto, nos codifique lo prohibido, Necesitamos una postura honesta del profesional del cine; que vea en el cine no un medio, sino un fin; que lo ame verdaderamente; que no valore su trabajo en mil elogios cuando sólo merece uno.

En la historia del cine no hay nombres españoles. Ahora queremos luchar por un cine nacional, con amor, con sinceridad, con honradez. España está ahí, al borde del corazón. A través de nuestro cine queremos entrar en contacto con los hombres y tierras de España, con los hombres y tierras del mundo. Tal vez este balance os parezca demasiado negro. Mejor. Saquemos ahora las cosas un poco de quicio, si queréis. Tenemos que provocar una reacción. Así se podrá salvar algo. Al menos, nuestro deseo de construir un cine nacional. Sí, queremos construir nuestro cine, el cine español. Como se dijo de un hombre hace ochocientos años, como se dijo de un país hace veinte, de este cine nuestro también se puede decir: “¡Dios, qué buen vasallo, si oviese buen señor!”.

Ponencia en las Conversaciones de Salamanca, Mayo 19551 publicada luego en Objetivo, junio de 1955

1 En una entrevista dada a Carlos Reviriego el 23 de Enero de 2002, con motivo del Goya de Honor a su carrera, responde a la pregunta sobre qué ha cambiado de su famoso quinteto a casi cincuenta años de las Conversaciones de Salamanca: ¿Qué ha cambiado? Políticamente sigue siendo absolutamente ineficaz, porque se tiende a los pies del imperialismo americano. Estéticamente sigue nulo, con algunas excepciones. Industrialmente creo que está peor que entonces; quiero decir, ahora no hay estudios; los estudios los tienen las televisiones pero no el cine. Intelectualmente, basta con repasar lo que se está haciendo… Hay muy pocas excepciones. […] El cine militante intelectualmente está muerto, salvando alguna cosa de Javier Maqua.

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