Cine cubano

Puedo considerarme propiamente un realista

El cineasta español Juan Antonio Bardem, otra vez en Cuba con un nuevo filme: Lorca,  la muerte de un poeta.

«Aguardo con optimismo el momento de llevar al cine la hazaña de Fidel Castro

y su pueblo en el ataque al Cuartel Moncada…»

Juan Antonio Bardem

La Habana, 1987

El público, con respetuoso silencio, aguardaba desde el lunetario del Cine Yara el inicio de la proyección de Lorca, la muerte de un poeta, mientras en sencillo individuo de atuendo cotidiano ocupaba uno de los asientos de las primeras filas; «mi lugar preferido» según nos dijo luego Juan Antonio Bardem, director del filme y una de las figuras más importantes del cine contemporáneo, capaz de romper en la España de los años cincuenta las barreras del esquematismo convencionalista impuestas por el fascismo imperante entonces.

Dos horas de dramatismo, un ritmo equilibrado, magistral dirección de actores y una prolongada ovación nos dieron la oportunidad de percibir, reflejada en el rostro veterano de Bardem, su plena satisfacción por el beneplácito del público habanero a su última obra, cuya extensión total, en una versión de seis horas para la televisión, esperamos ver en nuestras pantallas próximamente.

Comenzó así una entrevista entre el periodista y el célebre realizador español, a partir de una pregunta de rigor:

C.C.: Alguien ha dicho que Bardem es un «neorrealista de vanguardia» y nos gustaría conocer cómo se define usted a sí mismo.

J.A.B.: Puedo considerarme propiamente un realista; aun cuando admiro y aprecio a Césare Zavattini, me resulta insoportable la fórmula del neorrealismo de «desespectacularizar la realidad». Al contrario, yo pretendo encontrar el sentido de la realidad dentro de una fórmula que lo haga atrayente para el consumo; busco la aceptación del espectador, intento hacer un cine realista, nacional y popular, donde se reconozca el entorno de mi país y sea asequible al más amplio público, no a élites.”

Admiro a los neorrealistas, entre otras razones, por haber tomado a los humildes como protagonistas, mientras en el cine capitalista siempre lo son las gentes de clase media y alta burguesía, nunca por lo general los trabajadores y campesinos.

C.C.: ¿Cómo logró desarrollar obras de trascendental importancia como La muerte de un ciclista y Calle Mayor en el medio social de España franquista?

J.A.B.: Es muy conocido el Siglo de Oro español; más, para mí hay otro período —La República— donde hubo una conjunción plena de valores formales y conceptuales que fueron sepultados luego del arribo al poder de Francisco Franco en 1939; ahí comenzó lo que llamo «la edad de piedra española», sintetizada en uno de los pronunciamientos de Salamanca en 1955: «El cine español actual es políticamente falso, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo, industrialmente raquítico…»

En esa «edad de piedra» entré en el Partido Comunista, precisamente en el año 1843, y siempre he dicho que no se es marxista «de cinco a siete», sino que hay que ser consecuente con la filosofía que uno abraza todo el tiempo: luego, convencido de eso, de cuál es mi visión del mundo, debía escoger un instrumento para afrontar mi obra y me decidí por el realismo, que aplico a mis películas, como ahora en Lorca…

En el período franquista había una feroz censura, que no la aplicaba un grupo de ignorantes, sino gente que sabía desempeñar su oficio, tipos inteligentes… recuerdo cómo se vio por parte de éstos Muerte de un ciclista: el asunto moral, el tabú del adulterio en la sociedad española, prevalecieron y provocaron los cortes; sin embargo, lo fundamental, la relación entre la alta burguesía representada en María José y el proletariado presente en el ciclista, no tuvo eco en los censores… La lucha de clases, explícita en la obra, quedó indemne y a todos nos sorprendió mucho. Después, en 1964, habiendo realizado Nunca pasa nada, resultó tan mutilada que perdió la Palma de Oro, adjudicada entonces a Manos sobre la ciudad, de mi amigo Francesco  Rosi. Eso me demostró lo difícil que es competir cuando hay censura de por medio.

 

C.C.: ¿Cuál considera su película más significativa, la que mejor expresa a Bardem?

J.A.B. Uno siempre deja algo de sí mismo en cada cosa que crea, y a mis películas las quiero a todas, incluidas aquellas que realicé simplemente por ejercer el oficio, como El último día de la guerra, un filme «clase B» netamente norteamericano sobre el tema del racismo, u otra que hice con Sara Montiel… En el cine he trabajado en varias direcciones, y hay cosas que no aparecen en las filmografías, aquellos filmes que uno nunca ha filmado, pero que lleva por dentro.

Ahora estoy muy apegado a Lorca… lo último que filmé, sin embargo, hay una que mucho deseaba hacer y por fin la logré: Siete días de enero. No sé si la habéis visto acá; resultó una experiencia muy interesante y fue boicoteada por los empresarios y,  así lo creo, por la administración española que no la presenta en ninguna semana de cine a pesar de haber sido premiada en el Festival de Moscú. Aborda la huelga de los transportistas y la masacre de los abogados, hechos reales ocurridos en Madrid en 1977.

C.C.: ¿Cómo surgió Lorca, la muerte de un poeta?

J.A.B.: Desde 1976 ya estaba pensando en lo que iba a hacer, y esto era Lorca. Después la Unión Soviética me facilitó la realización de la película.

Había presentado dos proyectos: Lorca, la muerte de un poeta, y otro sobre los niños españoles que al final de la guerra civil fueron acogidos como refugiados por la URSS. Los soviéticos se decidieron por Lorca. Sin el financiamiento de la Unión Soviética no hubiera sido posible la película, porque soy muy mal gestor de negocios y al capital español jamás le ha interesado este tema.

Trabajo Lorca muy en serio en 1982 y durante cuatro años, sin percibir un céntimo, hasta su reciente culminación como filme y como serie para la televisión. Estoy satisfecho de ambas versiones, aunque la TV profundiza más, abarca la vida completa del poeta en toda su magnitud, y refleja con realismo la personalidad de Federico García Lorca en todos los sentidos.

 

C.C.: Hay tres momentos en esta película que pueden considerarse cargados de simbolismo: uno es la marcha de los falangistas por una calle angosta, mientras al pueblo avanza delante; otro, de elevada plasticidad, donde el poeta realiza el acto de contrición arrodillado ante el soldado que lo custodia; el tercero, el fusilamiento de Federico mientras camina por un sendero. ¿Puede traducirlos?

J.A.B.: No he llevado simbolismo a la película, las escenas son así porque supongo sucedieron de tal manera en la realidad; no son símbolos, sino recreaciones cinematográficas. Específicamente en el caso de Lorca al arrepentirse de sus pecados ante el guardia franquista; tenía arraigada sus creencias católicas y, como muchos en su situación, debió haberse arrepentido de sus pecados ante el inminente fila. De eso no hay testigos, sus camaradas de celda también fueron fusilados y del guardia nada se supo luego.

 

C.C.: ¿Hay cambios sustanciales para la realización artística en la España sin Franco?

J.A.B.: En España no ha habido una ruptura con el franquismo, sino un proceso de transición con cierta apertura que no facilita el camino; nos cuesta hacer las cosas a nuestro modo, y muchos aún se autocensuran ya por hábito adquirido. La mayor libertad ha sido hacia el «destape» y esas cosas, pero en lo demás no hay muchas variaciones.

 

C.C.: Sus impresiones en esta nueva visita a Cuba.

J.A.B.: Expresar abiertamente mis deseos de llevar la gesta del Moncada, de Fidel Castro —un héroe vivo contemporáneo— a la pantalla, siguiendo una línea de trabajo que ustedes vieron aquí en La decisión [La advertencia], realizada para los búlgaros tomando como protagonista al camarada Dimitrov.

Agradecer a los espectadores del Cine Yara su atención a mi película y sus aplausos, aun cuando la proyección no fue todo lo buena que debió haber sido. Y decir a los cubanos que admiro la presencia en Cuba de una Escuela Internacional de Cine y Televisión, con grandes perspectivas, aun cuando se discrimina a los españoles, quienes necesitan participar en un centro de estudios de alto nivel. En realidad es necesario también para otros europeos.

Y recomendar a los lectores de Cine Cubano el serial en seis horas sobre Lorca, concebido con el máximo rigor.

Ángel Alonso Dolz

Caricatura de Jorge Gómez Manzano

Revista Cine Cubano no. 121, 1988, pp. 53-59