NUNCA PASA NADA (1963)

Producción: Cesáreo González Producciones Cinematográficas, S.A. (Madrid), Cocinor (París) y Les Films Marceau (París), 1963. Guión: Juan Antonio Bardem, con la colaboración de Alfonso Sastre y Henri-François Rey. Fotografía: Juan Julio Baena (B/N). Música: Georges Delerue. Decorados: Francisco Canet. Montaje: Margarita Ochoa. Maquillaje: Adolfo Ponte. Ayudante de dirección: Jaime D’Ors. Secretario de rodaje: Pascual Cervera. Jefe de producción: Ricardo Nieto. Director de producción: Marciano de la Fuente.

Intérpretes: Corinne Marchand (Jacqueline), Antonio Casas (Enrique), Jean-Pierre Cassel (Juan), Julia Gutiérrez Caba (Julia), Alfonso Goda (Pepe), José Franco (Jerónimo), Rafael Bardem (Don Marcelino), Matilde Muñoz Sampedro (Doña Obdulia), María Luisa Ponte (Doña Matilde), Tota Alba (monja enfermera), Ana María Ventura (Doña Asunción), Josefina Serratosa, Carmen Sánchez, Pilar Gómez Ferrer, Sun de Sanders, María Vico, Gregorio Alonso, Eduardo Casas.

El autocar que transporta la Gran Compañía Internacional de Revistas tiene que hacer una parada forzosa en Medina del Zarzal. Ellos van en viaje de una capital de provincia a otra, donde deben debutar al día siguiente y de pronto Jacqueline, quizá la más bonita de todas las coristas extranjeras del ballet “Parfum de Paris”, se pone repentinamente enferma. Muy enferma. Tanto, que todo el mundo se asusta y hay que parar en ese gran poblachón de la ruta, importante nudo de comunicaciones por carretera y ferrocarril. Hay allí una pequeña Clínica de Accidentes y don Enrique, el médico, jefe y dueño de la clínica, la atiende. Es una apendicitis aguda, así que hay que operar. La compañía tendrá que seguir viaje sin Jacqueline y así lo hacen. Don Enrique es un hombre cincuentón, brusco en sus maneras, competente en su profesión. La presencia de esa bella muchacha es un golpe para él. Jacqueline es operada con fortuna y comienza su lenta convalecencia. Lenta, no porque físicamente haya algún fallo, sino por la escondida voluntad de don Enrique.

La existencia de esa chica francesa conmueve hasta la raíz la vida apacible de todo el pueblo. Todo el mundo habla de ella y se preocupa por ella. Jacqueline es el centro del interés público en aquellos días. Julia, la mujer de don Enrique, todavía no se ha acostumbrado a esa velocidad con que en el pueblo, entre la gente, entre sus amigas, se transmiten las noticias de cosas que aún no han terminado de suceder. Y lo que está sucediendo es, simplemente, que la presencia de esa adorable chica francesa revoluciona a los alumnos de Bachillerato del Instituto, solivianta a los camioneros que recalan en el Bar Nuevo, inquieta a los contertulios del Circulo Mercantil y Agrícola, escandaliza a todas las señoras del lugar. Y lo que es más grave, enciende una furiosa, terrible, inútil pasión en el bueno de don Enrique y sirve de vehículo para el conocimiento de Julia, su mujer, y de Juan, el joven y tímido profesor de francés del Instituto, que da clases particulares a Enriquito, su hijo. Un conocimiento suave y poético, donde ellos se descubren los mismos gustos, las mismas tristezas, idénticos e inútiles sueños.

Don Enrique, con mentiras infantiles, debatiéndose en un callejón sin salida, intentará retener todo el tiempo posible a Jacqueline. Todo será inútil. Un día llegará el gran autocar, iluminado con las alegres chicas de la compañía, y se la volverá a llevar. Poco a poco, las cosas volverán a su sitio y el pequeño remolino que la presencia de la francesa había producido irá desapareciendo. Julia y Enrique caminarán juntos, como siempre. Y como siempre, la vida alrededor de ellos tomará sus perfiles habituales. No ha pasado nada. Nunca pasa nada.

[del pressbook original de 1964]

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